sábado, 23 de agosto de 2014

Las sonrisas que me enseñas me las guardo, para los lunes de mierda

No imaginas lo que me ha costado dejar de coger el tren que me dejaba en tu portal.
Y eso que siempre me ha gustado quedarme a esperar en el portal, aun sabiendo que nunca ibas a bajar.
Y además no sé si sabes que el que te llamaba a casa para verte asomada en tu ventana era yo. Ah, y además que me encantaba. Pero deje de hacerlo, deje de esconderme en el arbusto para verte llegar de madrugada a casa.

Me esfume de allí. Cruce al otro lado del puente para verte llegar pero de lejos. Y lo peor, cada vez te veía más y más lejos. Hasta que una noche volviendo a casa te cruzaste conmigo, y aunque hiciste como que no te dabas cuenta. Yo claro que te vi, 
y oye, seguías tan guapa como siempre.
Que ganas tenia de arrancar el papel que había puesto en el espejo de tu cuarto, ese, ese que no dejaba verme.

Y fíjate, que justo detrás estaba yo.
Casi irreconocible pero si, era lo que quedaba de mí. 

Me fui de allí, corres salvajemente buscando algo. Como cuando buscas refugio en una tormenta de agua, pues algo parecido para poder refugiarme. Baje, aun sin saber que podía encontrarme, un par de conocidos, algo habitual, y justo al final del pasillo, el otro trozo de lo que podía quedar de mí.

 Que suerte tuve porque me echaba mucho de menos.

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