El hombre orquesta, que nunca, nunca, nunca, dice nada.
Acabo de salir de la última cafetería abierta de Madrid
a las tres de la mañana,
y de tomarme el último café con tostadas
que tenían preparado.
Como era el último me lo he tirado
por encima.
Y las tostadas las he mojado en tu
café,
aprovechando que se te había quedado frío
porque te da por desaparecer de las terrazas a las dos de la
mañana.
Volvía para casa y he perdido las llaves,
he vuelto hacia adentro, y no encuentro
nada.
ni las llaves ni la casa.
Estoy subido a un abismo en el penúltimo piso,
en un balcón de una de tus cosquillas,
y lo veo todo deshilachado,
unido, por pegamento de fotos,
o dedos que ya no surcan por tus muecas
que tienen poco o nada que ver
con tu risa.
Me he olvidado de cien cosas,
estoy en la ciento uno, poco a poco,
pero me cuesta hacer desaparecer zarpazos
de agujas
de rematar descosidos,
pero no te olvides nunca,
Cuando me rompas en vida, te devuelvo el corazón
Y tengo todo el costado raspado de caer al
suelo
y ensangrentado de apretar para taponar la
herida,
y eso, si lo unes con mis ciento diez manías,
te quedan nueve cosas que puedes empezar a
repasar,
para que no las olvides nunca,
son la franja del error, que siempre
puedes volver a cometer.
Tengo gestos que ya no me recuerdo,
tengo mañanas que ya no se devolver,
y tengo las alas puestas en su sitio.
También tengo una ciudad en casa,
con dos murallas que me protegen de todos
los golpes,
y una soldado en la trinchera que me cubre
cuando viene el enemigo,
y que lucha como nadie,
y yo, que siempre me levanto el primero
para preparar el café a mis dos capitanes
generales
que aguardan en la torre del castillo,
y el té a mi compañera de fatigas,
que viene de crear una nueva ciudad de
colores a su paso por la mía.
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